En las prácticas profesionales vinculadas a los diversos ámbitos educativos de magisterio, educación y trabajo social, pedagogía, etc. hay preguntas centrales de difícil respuesta. Una de las más acuciantes es la sensación compartida entre las diversas profesiones de que los modelos teóricos de la práctica educativa y su concreción cotidiana tienen poco que ver, una constatación que genera cierta perplejidad y frustración entre los mismos profesionales. Así, surge el interrogante de saber por qué el trabajo educativo diario acaba resultando a menudo contradictorio con los propósitos y las voluntades expresadas en teorías, documentos, formaciones y declaraciones. Creo que estos interrogantes pueden ser abordados pertinentemente si utilizamos la perspectiva de G. Lakoff y M. Jonhson, que nos cuestiona sobre cuál es la metáfora que organiza, domina y da sentido a la práctica educativa cotidiana. Según mi opinión, y siempre en una primera aproximación genérica e intuitiva, las metáforas de la educación como acto burocrático o como arte son las dominantes en nuestro entorno. Ante ese dominio y ante la incapacidad de estas dos metáforas, de estos dos modelos de teoría y práctica educativa, para llevarnos a una educación de calidad, se esboza una primera aproximación a una metáfora educativa alternativa basada en la educación como artesanía u oficio retomando la obra de R. Sennett El artesano. Una metáfora educativa alternativa que ya se está construyendo a partir de prácticas como la «educación lenta», el «educar para ser», los «profesionales reflexivos», etc. Propuestas que parten de la concepción, las ideas, la estructura y la pragmática educativa entendida como un oficio, un ejercicio de artesanía colectiva que intrínsecamente se implementa a partir de elementos como el tiempo lento, la centralidad del error, las relaciones de cooperación, el acompañamiento activo..., y que nos puede llevar a una educación de mejor calidad tanto para educandos y educandas como para educadores y educadoras.